Cuando alguien pide “que no se vea”, el candidato natural es el IIC (Invisible-In-Canal): se ubica muy profundo en el canal, normalmente más allá del segundo codo, y en la mayoría de oídos queda oculto. El CIC (Completely-In-Canal) es también a medida y muy discreto; suele asomar mínimamente en la entrada del canal, lo justo para que puedas agarrarlo con el hilo extractor. La diferencia no es solo estética: la profundidad modifica la acústica y la oclusividad (esa sensación de “oírte por dentro”). En IIC, unos milímetros cambian el juego: el mismo molde más profundo puede reducir la oclusión, aprovechar mejor el pinna effect (el pabellón sigue guiando el sonido) y suavizar el ruido de viento.
Para que un IIC sea realmente un audífono invisible y cómodo, tu anatomía tiene que acompañar: canal suficientemente amplio, trayecto no excesivamente curvo, piel sana y sin exostosis que rocen el dispositivo. También miro movilidad mandibular (ATM): si hay grandes desplazamientos, un IIC demasiado rígido se puede mover o generar puntos de presión. En esos casos, un CIC bien ventilado o un mini-RIC discreto detrás de la oreja te dará mejor balance entre comodidad, rendimiento y estabilidad.
El modelo a medida nace de una impresión del oído (con otobloque bien colocado) o de un escaneo 3D. Ese archivo se usa para imprimir la carcasa con la geometría exacta de tu canal. En el diseño, el laboratorio y yo decidimos ventilación (para oclusión), longitud (para invisibilidad y sujeción), posicionamiento del micrófono y protecciones anticerumen. Aquí es donde la experiencia pesa: en IIC, los milímetros cuentan, y ventilar lo justo evita ese efecto “caverna” sin disparar acoples.
Diagnóstico primero, decisiones después. En HearinIT priorizamos una valoración clínica real (sin guiones de venta) para confirmar si tu anatomía permite un IIC cómodo, seguro y realmente invisible.